Tal vez nosotros, yo que escribo ésto y vosotros que estáis leyéndolo ahora no seamos nativos digitales como estos niños, pero si alguien cree que podemos quedarnos en la orilla de lo analógico esperando que el tsunami digital únicamente nos lama la punta de los dedos de los pies estamos muy, pero que muy equivocados.

La literatura tiene una ventaja clara frente a la música, ¡estábamos avisados!, aunque parece ser que a día de hoy las grandes editoriales y otros profesionales del sector prefieren cerrar los ojos ante la inminente llegada (ya están aquí de hecho) de los lectores electrónicos y no ofrecen ningún tipo de oferta esperando a que se evapore la demanda como arte de birlibirloque.

Y la demanda no se evapora, se traslada al mundo del pirateo.

Los lectores electrónicos (otro día os presentaré a mi Papyre, una cortesía de la empresa granadina FacThor, y comentaré más despacio que ahora creo en la viabilidad de estos cacharritos, pero que empecé a hacerlo cuando tuve uno entre mis manos) traerán consigo nuevos hábitos para escritores, editores, libreros y consumidores de literatura.

A título de curiosidad una anécdota que cuentan en el diario Público (a la que llego gracias al Twitter de Ediciona): ¿qué va a suceder con las firmas de libros cuando la mayor parte de la literatura sea digital?; que nadie se preocupe, siempre se podrán firmar los e-readers.

Y por último, una reflexión mucho más interesante, un artículo del blog de Egaroa, libreros ellos, pero clarividentes, al menos con los ojos bien abiertos ante lo que se les viene encima: ¿qué futuro tienen las librerías tradicionales ahora que incluso Google se quiere “meter a librero digital!?.

Hacen alguna propuesta interesante como la creación de redes de librerías con temáticas similares y alertan, ante todo, de que no se puede cerrar los ojos ante los cambios. Yo creo sinceramente que los libreros que apuesten únicamente por ser detallistas de papel y seguir viviendo indefinidamente de hacer torres en sus locales con el bestseller de turno están abocados al cierre. Tal vez el futuro de las librerías puede pasar por convertirse en espacios de encuentro en los que de vez en cuando adquirir un libro en papel, en los que se nos facilite la compra de libros, también en papel, pero bajo demanda al instante, (gracias a estas máquinas infernales), en los que se organicen tertulias literarias, charlas con los autores, en los que se puedan comprar tanto libros como lectores digitales a precios justos, en los que, en definitiva, se nos respere a escritores y lectores.

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